El Creador del Pan
El Creador del Pan
Antes de hacer este curso de panadería, el pan y las panaderías para mí eran un verdadero dilema, y en los últimos años opté por tan solo no entrar a estos establecimientos, la razón es que una vez adentro no había forma de poner freno a mi impulso de comprar por lo menos uno de cada clase de pan que se encontrara exhibido en el mostrador. Esto tal vez no sea problema para una persona delgada y tal vez no entienda el por qué del dilema, peeeeero los gorditos comelones de pan, seguro ya se vieron reflejados en ese espejo.
El caso es que cuando llegué a Caracas, una de las cosas que más me impresionó fue precisamente la gran cantidad de establecimientos dedicados a la venta de pan, uno por lo menos en cada cuadra, y la otra cosa que llamó mi atención fue la gran variedad de panes y la forma de presentarlos, aquí no sólo vendían pan, sino que se exhibían cual vestido montado en un maniquí en una Tienda por departamentos, los panes no se vendían en bodegas sino en Panaderías, establecidas por lo general en cada esquina de la calle, y solo se dedicaban a la venta de pan en todos sus géneros, dulce y salado, redondos o largos, y de todas las nacionalidades, pan italiano, pan gallego, pan francés. Lo que si no vendían era mi viejo pan morocho, o bollo de pan y en mi mente traidora y golosa me dediqué a hacer del moderno pan de canilla un culto nuevo cada tarde, camino a la universidad me metía en una panadería de éstas y mandaba a preparar una canilla rellena con jamón, queso amarillo y ruedas de tomates verdes, o mi Dios, que almuerzo, que sabroso viajar en la parte de atrás del autobús, conocer Caracas y sus miles de anuncios, saboreando una canilla tostada, crujiente y caliente, por supuesto no había ese temor paranoico de que me iban a robar, a asaltar ni nada por el estilo gracias a Dios, porque hoy creo que de haber alguien intentado en ese entonces, quitarme mi jugoso pan, me hubiese guindado con cualquiera como si se tratara de un objeto de mucho valor.
Así pasó el tiempo, me dediqué a los nuevos panes y olvidé los de mi niñez, hasta ahora que decidí inscribirme en el Curso de Panadería de Juan Carlos, durante ocho (8) semanas asistí con un grupo de doce (12) personas más a recibir clases de elaboración de pan, allí pesamos, amasamos, preformamos y velamos el descanso de más de cuarenta (40) tipos de panes; allí sudando cual panaderos fajados, observamos con sorpresa cada vez que se abría alguna de las puertecitas del enorme horno, que la masa blanca larga o redonda que habíamos metido veinte o treinta minutos antes, se había transformado en una creación con aroma, con bouquet, con cuerpo y con sabor, igual como se saca una botella de vino de su envejecimiento, así se saca el pan del horno, y a los conocedores como Juan Carlos el proceso lo embriaga igual como se embriaga el enólogo cuando de catar se trata, adoptan el mismo aire misterioso, se encierran en si mismos y sólo parece que conversaran con sus recuerdos, evocan, reviven, olvidan, recuerdan, olvidan que están rodeados de gente como ellos o de gente que los observa, recuerdan que ese olor lo vivieron en otro momento, con otras gentes, en otra época en otros pueblos.
El jugo de uvas por su añejamiento sale convertido en un caldo con características propias, sale convertido en un vino blanco, tinto o rosado, seco o dulce, así sale el pan del horno, una de las cosas que más disfruté en el curso, era precisamente este momento porque aprendí observando a Juan Carlos a catar el pan, si esa es la verdad, porque cuando Juan Carlos saca el pan, se arma con su gran cuchillo de rebanar, porque la delicadeza que él empleaba en este momento no le permitió nunca partir un pan con las manos, finamente rebanaba un pan largo o uno redondo, luego esa rebanada a su vez era también cortada de por mitad, agarraba una de esas mitades, la miraba, la volteaba, con las dos (2) manos palpaba, los pequeños ojos se perdían evocando algo, como si se tratara de recordar y comparar, allí estaba detectando la miga, ¡el cuerpo del pan!, luego lo llevaba a su nariz y delicadamente lo olía, um el olor del pan ¡el bouquet! a qué huele el pan, huele como a cariño, huele como a familia, huele como a compañero de clases, huele como a Nujavi, como a Morela, o será como a Oscar, Freddy, Ana, Tiziana, Anneliese, Sandrine, también huele a Gerardo y a Victoria, y a Moisés; de un suave mordisco saboreaba y su mirada se perdía en el techo como si allí arriba estaba su maestro a quien le enseñaba el pan que había creado, porque ahora él era también Panadero, cada día era más panadero, cada día era un Creador de Pan, y cada día igual que su maestro se había dedicado a enseñar a sus alumnos que el pan no sólo se come, o que comerlo no es precisamente lo más importante, el pan se hace y hacerlo es una experiencia, el pan se observa y de observarlo aprendes qué debes corregir o qué debes mantener, por último y los más hermoso que este maestro panadero se esforzó en enseñar en cada pan que creó, es que el pan se comparte, y cuando se comparte se experimenta el placer de dar algo de ti, algo que va más allá de lo material.
Allí terminaba el minuto de silencio, volvía en sí y compartía con nosotros el pan caliente, un pan con las huellas de todos, huellas que se mezclaron igual como se mezclaron los sentimientos, se escuchaban suspiros, y luego las aclamaciones, difícilmente volveremos a vivir este momento, Gracias a todos, los quiero sus huellas y mis huellas nos acompañaran en el tiempo.
Continuará….
1 Comments:
Wow, Madre mia ahora me provoco hacer el curso para experimentar todo lo que uds experimentaban al preparar los panes que con placer me comia todos los fines cuando los traias a la casa.... ( y asi tambien encontrar la razon por que todo el mundo se roba la punta de la canilla camino a casa jajajaja!!!!!
Astolfo Marrufo
( Hijo de Marisela (La Pannita))
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